“Jesús fue conducido al desierto para ser tentado por el diablo” (Mateo 4,1)
Toda nuestra vida tendría que ser un continuo recorrer a Dios, ya que continuamente estamos rodeados por tantos enemigos que declaran guerra a nuestra alma, y no los podemos vencer sin la Gracia divina. Como moriría ciertamente aquel soldado que en vez de luchar con valor en la batalla quisiese tumbarse a dormir en medio de sus enemigos, así quedará ciertamente vencida y prisionera aquella alma que, en medio de tantos enemigos internos y externos deja de combatir con el arma de la oración y se abandona a su propia debilidad.
Tenemos que orar en tiempo de tentación. La tentación es un impulso a cometer pecados, y eso nos puede venir del demonio o de nuestras pasiones, o de las criaturas. El demonio nos tienta suscitando en nosotros malos pensamientos o moviendo nuestro corazón; las pasiones alteran toda nuestra naturaleza y nos empujan a transgredir la Ley; las criaturas nos agradan o nos irritan, o tal vez son ocasión de odio.
Algunas veces estas tres tentaciones actúan en el mismo tiempo: las criaturas nos alteran por un lado, las pasiones por otro y el demonio por otro también. ¡He allí lo terribles que son las tentaciones!
Pero, ¿qué tiene que hacer un alma cuando está tentada? Ha de recurrir a Dios. Entonces tendrá el valor de armarse con la coraza de la fe, el escudo de la confianza en Dios y la espada de la oración. ¡Ay del que en el tiempo de la tentación desatiende la oración! ¡Seguramente caerá en ella! Tal como han caído todas las almas que no rezan.
San Aníbal Mª Di Francia
Vol. 23 cap. 33 archivo 2225