Cuarto domingo de Cuaresma

Mientras caminaba, Jesús vio a un hombre que era ciego de
nacimiento (Jn 9, 1)

 

Ciegas de
espíritu son aquellas almas que no tienen ojos para conocer la verdad, que no
quieren ver la Ciudad colocada en lo alto de los montes, o sea la Iglesia
Católica, aquellos que andan a tientas en las tinieblas del error, mientras
resplandece el sol de la verdad.

Para todos
estos un recurso eficaz es el Poder Salvador de Jesús. En efecto, Nuestro Señor
quiso enseñar en el Evangelio cómo su Preciosísima Sangre sana la ceguera
espiritual. Un ciego se presenta a Nuestro Señor y le ruega; y Jesucristo
mezcla un escupitajo con la tierra y forma un poco de lodo con el que toca los
ojos al ciego y le ordena de lavarse.

         Todo esto es un símbolo. El ciego es el hombre que no quiere
ver la verdad. El lodo formado con el escupitajo es símbolo de la contrición
por la que Dios enseña ante los ojos del pecador el fango de sus propias
culpas. El Poder Salvador aplicado al Sacramento de la Penitencia es el lavado
donde se quita el fango de los pecados y se abren los ojos a la verdad.

         El Poder Salvador de
Jesús cura cualquier otra enfermedad espiritual, porque se parece a aquel río
del que habla la Santa Escritura, que corría en el Paraíso terrenal para
sustentar eternamente la vegetación de las plantas. El Poder Salvador corre
continuamente por la Iglesia Católica en todas las clases y hace florecer las
plantas secas, reanima las que están secando y fortalece cada vez más los
brotes que dan frutos de buenas obras.

Para sacar provecho, hacen falta tres
cosas:

1º. Hemos
de acercarnos a los Sacramentos, que contienen el Poder Salvador de Jesús.

2º. Hemos
de orar, porque la oración es la Clave que nos abre las puertas de la gracia.

3º. La oración que
hagamos, hemos de hacerla pidiendo a Dios las gracias por los méritos de Jesús.
Dios no nos las negará.

 

San Aníbal Mª. Di Francia, Scritti, vol. 10,
cap. 4. Archivo 1782

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